lunes, 2 de noviembre de 2015

HIMNO A LA LENTITUD, 3

Tiempo para ahuyentar la muerte

La poeta Julia Uceda ha recibido un homenaje en la Universidad de Sevilla que supone un muy merecido reconocimiento a su larga y sólida trayectoria literaria. Emocionada, acabó su intervención mencionando un caso y ejemplo de la utilidad, misteriosa y certera, de la poesía. 

La poesía como tiempo para ahuyentar la muerte

En enero del año 2007 moría de meningitis fulminante Anastasía Anagnostaki, una alumna griega del Máster de Traducción Literaria de la Universidad de Málaga. Sus padres, desolados, viajaron para repatriar el cuerpo pero no quisieron marcharse sin celebrar, al modo más homérico y más humano, una digna despedida. En la Facultad de Letras nos reunimos sus profesores en el Máster, sus compañeros, las autoridades académicas y los dolientes progenitores de Anastasía. Bebimos vino dulce; leímos poemas: la madre citó a la Hécuba que lloraba por su hijo Héctor, alguien leyó las traducciones de Gloria Fuertes que estaba realizando la propia Anastasía; yo leí los haikus que compuso en mi taller (algunos, a posteriori, estremecedores) y el poeta Francisco Ruiz Noguera, a la sazón vicedecano de Cultura, leyó un poema de Julia Uceda, “Tiempo para ahuyentar la muerte”. Cito un fragmento:

Ved esta rosa. Fue
criatura de luz, centro del mundo.
Hoy yace, en el viento del sur,
sin memoria de entonces.
Ved esta rosa
sobre el viento del sur.
Tal vez son unos labios
que sin rumor os hablan
de aquello que esperáis.
Tal vez son unos ojos
que olvidaron la sombra





Esa tarde, el llanto en común y la poesía nos consolaron, nos confortaron. El dolor dicho: el poema, en este funeral laico, dijo nuestro dolor. Sentí que estaba comprendiendo algo cualitativamente distinto sobre la muerte. 


“Ese día supe que había aprendido algo nuevo sobre la muerte: que podemos despedirnos con palabras hermosas. La madre de la chica (tenía 24 años) evocó con tremendo dolor unas palabras de Hécuba. Y la poesía fue más reconfortante que todas las oraciones”, escribí a Julia.

Y Julia Uceda, cuando le conté todo esto, sintió que su poema ganaba sentido porque tuvo una misión, la más definitiva y honda utilidad que pueda tener la palabra humana:

“No sé si podré dormir esta noche. Quisiera tener el nombre de esa chica cuya muerte se ha apoderado de ese poema. No, la poesía no es inútil, ni belleza, ni nada. Es otra cosa que no sé nombrar. 
[...]
Ese poema ya no es mío. Vino para eso. Qué experiencia más fuerte, Aurora.
[...]
Gracias Aurora. Esto cambia muchos aspectos de mi vida, de mi relación con la poesía, mis puntos de vista sobre ambición, valores, etc. Hemos venido para pasar pero nos hemos conocido antes o nos conoceremos después. Tal vez yo le debía algo a ella, en no sé qué tiempo. Calcula los siglos, un minuto de eternidad entre Hécuba, Anastasía y nosotras. Y cuando escribí ese poema ignoraba su destino.”




En suma, las palabras de una poeta de noventa años ayudan a salvar delicadamente la memoria de una joven de veinticuatro. Es hermoso el quehacer de las palabras.






Termino con varios haikus de la propia Anastasía Anagnostaki. Creo que, de alguna manera muy especial, ella sigue viva en estas palabras. Y, por supuesto, en las palabras de quienes la recuerdan.




algo sobre p. valery e t.s. eliot


palomas negras
huyen de los tejados;
alma baldía



reloj de arena:
infinitas versiones
de uno mismo


...



nada más nada;
lo entero; tú y yo,
nunca más juntos

...

casa quemada;
vida volando al aire;
sólo cenizas


...



el muro duro
divide a los huéspedes
de los muertos





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